
El empleo de las nuevas tecnologías de la comunicación se ha convertido en una necesidad de primer nivel en los diferentes menesteres políticos, provocando incluso que ciertos protagonistas de la función pública se obsesionen en el magnetizado mundo de las redes sociales.
Justificando que a través de estas redes se entabla una comunicación directa con el pueblo (claro, con los que tienen acceso a Internet), muchos políticos pasan largo rato dándole duro a sus gadgets (Blackberrys, IPad, IPhone, etc.) o contratan a personal “especializado” para que cumplan con la importante tarea de “twittear” o “faceboquear” cada “movimiento, reflexión o acción” del funcionario.
Ahora es común ver en el Pleno del Congreso local a varios diputados entretenerse con su IPad, “posteando en su muro o perfil” lo mucho que trabajan, mientras alguno de sus colegas se exalta en demagogia usando la tribuna legislativa, sin que reciba la atención necesaria de los demás. O que decir de los funcionarios federales de alto nivel –obligados recientemente a que cada uno de ellos abra una cuenta en Twitter- , quienes diariamente reciben sendas mentadas de madre por parte de sus “seguidores internautas”.
No se puede negar que las redes sociales son herramientas valiosas para el intercambio de información, y quizás un atajo para poder expresar a los representantes populares el sentir de nosotros los mortales en relación a diversos temas actuales, ya sea en tono serio o en notables chascarrillos cibernéticos que desatan incluso el enojo de uno que otro político.
Tan es así, que incluso el Instituto Federal Electoral (IFE) pagó la módica cantidad de $406 mil pesos por andar de fisgón en Internet, es decir, por “monitorear el pulso de la sociedad en redes sociales” durante poco más de mes y medio. En los informes del “arbitro electoral”, se detalla que el pago se hizo a la empresa Nglobe, que desarrolló esa labor entre el 10 de noviembre y el 31 de diciembre de 2010.
Con esa lana desembolsada, el Instituto encargado de coordinar las elecciones federales, pudo desarrollar instrumentos, programas, contenidos e imágenes que monitoreen el impacto de esos populares sitios de Internet –como el Twitter y el Facebook- en los ciudadanos mexicanos. ¿Cuáles son los resultados obtenidos al respecto?, no lo sabemos, pero sí que se trata de dinero desperdiciado, si tomamos en cuenta que vivimos en un país donde sólo una minoría tiene acceso a las tecnologías de la comunicación.
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